Después de las palabras |
Xavier Berenguer
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En el lenguaje verbal
una palabra
sigue a otra; todo discurso sigue necesariamente una pauta lineal. Esa
pauta condiciona también el contenido comunicado: los argumentos
fluyen secuencialmente, uno después de otro; es fácil que
ese ordenamiento inevitable influya en el significado general.
Con las palabras hemos aprendido la historia, pero sobre todo la historia como secuencia de hechos y de gentes. Con las palabras hemos representado y comunicado; hemos interpretado y conocido; con ellas se han forjado la idea de la causalidad, la idea de la dualidad del bien y del mal... Para los poseedores de verdades, nada mejor que el verbo para mostrar su privilegio. Afortunadamente existen también los poetas, o sea los que procuran desafiar la tiranía unidimensional del verbo. Las palabras han condicionado nuestra cultura, o mejor, la forma de nuestra cultura, primando nuestro sentido del oído -el más secuencial de todos- antes que ningún otro. Pero está comprobado que el ojo humano es capaz de procesar un flujo de información unas diez veces superior al resto de sentidos a la vez. El sentido de la vista ha sido pues históricamente infrautilizado: la lectura del lenguaje escrito explota un parte ínfima de sus posibilidades y las únicas imágenes intercambiadas durante siglos han sido las debidas a los pintores. Como medio de comunicación, la imagen es profundamente diferente a la palabra. Si el lenguaje de las palabras es unidimensional y secuencial, en cambio el lenguaje de las imágenes es mutidimensional y provee la información como red, como conjunto simultáneo de mensajes. La imagen permite expresar una globalidad que a su vez es rica en detalles; la imagen posibilita la expresión de los matices y de la diversidad de las verdades. Si la palabra es el vehículo ideal del decreto, la imagen lo es de la tolerancia. La pintura debió aparecer casi al mismo tiempo que la comunicación hablada, pero mientras infinidad de idiomas poblaron el mundo entero, hubo que esperar muchos siglos hasta la aparición de lenguajes nuevos de la imagen, como la fotografía y, sobre todo, el cine. Como lenguaje de imágenes, el cine sin embargo tiene sus limitaciones. La más evidente viene dada por las leyes a las que están sometidos los objetos que representa: la cámara filma personas y cosas del mundo real, o sea sometidas a la física de la realidad. El cine de truco, como los dibujos animados y los efectos especiales, parece superar la barrera de la realidad, pero es sólo una ilusión: la barrera es inexorable a la hora de la producción: se pintan y se manejan los acetatos con las manos, y las maquetas galácticas obedecen las leyes de una mecánica bien terrenal. Pues bien, el gran acontecimiento en la historia de las imágenes y, por tanto, en la historia de los lenguajes y la comunicación, es la aplicación del ordenador. El primer resultado que se advierte de este acontecimiento es que la barrera de la física real queda pulverizada: con el ordenador pueden construirse objetos moviéndose bajo leyes que nada tienen que ver con las leyes físicas de nuestra realidad. La existencia de estos objetos es puramente electrónica y por tanto pueden imaginarse entornos físicos completamente inventados. De ahí el extraordinario potencial artístico del ordenador como creador de imágenes. La aproximación de los artistas a este nuevo medio es una cuestión de tiempo, del tiempo necesario para el desarrollo de sistemas de diálogo persona-ordenador que reduzcan a la mínima expresión la mediatización informática. Una muestra de cómo se avanza en este sentido es el último grito de la infografía: un par de guantes dotados de sensores que permiten coger y manipular los objetos que se ven en una pantalla. Por encima de los amores y de los odios que las imágenes por ordenador despiertan en su actual prehistoria, lo verdaderamente trascendental es que para generarlas se hace necesario un complicado proceso de simbolización: concebir modelos para simular el proceso de diseño; definir imágenes primitivas con las cuales construir imágenes más elaboradas; representar figuras y ambientes para estas figuras... En el horizonte de este proceso se halla en definitiva un lenguaje de imágenes, esto es, un sistema que permita componer imágenes de manera análoga a como se compone un texto mediante palabras o una canción mediante las notas del pentagrama. La imagen -sea sobre lienzo o sobre pantalla de cine o de televisión- constituye un medio de comunicación singular y poderoso. Pero es el ordenador -y el proceso de representación inducido por éste- el instrumento que le otorgará la calidad de auténtico lenguaje. |
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