Las tribulaciones de un conejo mientras cocina un pastel.
Bunny (Chris Wedge, 1998) YouTube
Demostración de diversas técnicas, sobre todo de iluminación. Música de Tom Waits. Oscar 1998 (mejor corto de animación). Una producción de Blue Sky Studios.
Este es un corto recomendado para todos aquellos que opinan que la animación por ordenador es poco más que una simple operación matemática. Bunny es un antídoto perfecto para este tipo de pensamiento porque es capaz de conmoverte aún sabiendo que no estamos frente a nada físico por lo que sentir empatía o simpatía.
Nos encontramos en la destartalada cocina de una destartalada coneja anciana que como máxima preocupación tiene la de preparar una tarta. Se encuentra en las profundidades de un bosque en la más completa de las soledades. O eso cree ella hasta que aparece la molesta presencia de la polilla, una polilla que bien podría ser la reinterpretación del cuervo de Edgar Allan Poe, una incansable polilla que enervará a la coneja hasta el punto de meter su querido pastel al horno con polilla inconsciente incluida dentro. La coneja coloca el temporizador en el horno y se recuesta en una silla a esperar, quedándose así dormida. Será entonces cuando una extraña luz saldrá del horno inundándolo todo. Al final del corto entendemos que la coneja ha muerto en la silla mientras dormía y que ha llegado al otro mundo guiada por la polilla, donde ha podido reencontrarse felizmente con su fallecido marido.
Aunque sea una técnica muy de Disney la de humanizar a personajes para ganarse con sus acciones el derecho propio de pensar y sentir como si de un humano se tratase, en este corto ya queda presente algo que marcará todo el futuro devenir de productoras como la Pixar o Dreamworks. El realismo con el que se trata al personaje de la coneja, tanto por la parte emotiva como por la parte más estética, explota al máximo las posibilidades que se tenían en ese momento en Blue Sky Studios y el programa de software CGI Studio.
Dejando de lado la conmovedora historia de Bunny, el corto es un prodigio en cuanto a animación. Su trato de las texturas y muy especialmente su trato de la iluminación y las sombras y reflejos hacen que el año 1998 se le quede pequeño. Es un corto que merece ser visto en una gran pantalla, más que en la de un ordenador ya que el preciosismo con el que está tratado el pelaje de la coneja, el brillo de la iluminación sobre el cuerpo de la polilla o el rebote de la luz en las diferentes superficies de la cocina hace que tome una dimensión totalmente mágica. Por no comentar la parte psicotrópica final en la que la propia coneja gana unas alas para poder volar con su amado en un mundo de luz galáctica. Otro hecho que cabe destacar es la fantástica (tanto en el sentido de impresionante como en el sentido de fantasiosa) animación del movimiento de los cuerpos. El vuelo de la polilla es reproducido de forma totalmente fiel y en un principio, cuando vemos como va chocando contra el aplique de la bombilla se hace difícil creer que no es real. Es un vuelo que define parábolas totalmente creíbles en el que las alas no desentonan sino que ayudar a crear esta veracidad. Lo mismo pasa con los movimientos de la coneja: desde el pesado caminar a los cansados saltos con el tacataca que denotan su edad y estado de ánimo.
Aunque en ciertos momentos podemos ver ciertas carencias (como en el momento en el que saca unas cucharas de un cajón que parecen no tener cuerpo), el movimiento de los elementos y, en especial, el altísimo grado de expresividad que la coneja nos muestra, hacen que a 11 años de su estreno continuemos maravillándonos con un corto como este. No es gratuito que le fuera otorgado un Oscar de la Academia como mejor corto de animación de ese año y que todavía se considere como un referente a estudiar. Podemos encontrar una similitud física considerable entre la coneja y Scrat de Ice Age, sobretodo en la expresividad y en el movimiento de sus ojos. Podríamos decir que Bunny es la abuelita a todos estos personajes entrañables que sin soltar ni una palabra han sabido ganarse el favor del gran público a base de buena intención y, por qué no decirlo, una entrañable torpeza que hace que todos nos sintamos un poco como ellos.
Chabel Caler
junio 2009