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Relato publicado en NOVATICA, 1980
en Kandama, 5, 1981
y en "IF..., Informática ficción",
ATI/UPC, 1986


Los hechos que voy a exponer sucedieron hace tiempo. En su momento, no concebí ninguna esperanza de que su recuento viera incólume la luz pública porque estos hechos fueron severamente acallados por altas instancias de gobierno.

Sin embargo, ahí va mi memoria, pese a quien pese. No escondo mi sensación de náufrago que desparrama botellas mensajeras en el océano. Esta puede ser una buena razón para que haya roto, al fin, mi perseverante hermetismo: mi condición de zozobrante. O quizá sea porque, llegado a la dulzura de los que han de ser mis últimos años, la desesperanza ya no puede cubrirse con el manto del orgullo; antes bien descubre su contrario. O quizá sea porque la historia registra un sendero continuo que la hace ser, pese a todo, hermosa, y sobre el cual apoyo mi intención: el deseo de la verdad. O quizá sea... sí, seguramente es eso: el recuerdo de Pesach, cuya ausencia ya me es inevitable.

Conocí a Pesach en medios estudiantiles. Los suyos fueron unos brillantes estudios científicos; los míos unos aceptables de tipo literario. Ante esa diversidad no era fácil nuestro encuentro en las aulas. Fue una movilización masiva en favor de una criatura
marina en vías de extinción la que lo hizo posible. La actitud de combate de Pesach llamó mi atención. Su lucha parecía trascender el aire enrarecido de aquella cita multitudinaria; sus  gritos, sus gestos, iban más allá del deseo de una justicia específica. Se diría que su acción era más intensa, más visceral, que la de la comitiva, para la cual la convicción era básicamente abstracta, ideológica.

Por fortuna, me conté entre los escasos elegidos a los que brindó su amistad. Desde aquel encuentro, entre Pesach y yo se desarrolló una estrecha relación que me permitió conocerlo hasta un cierto punto. Subrayo esta limitación sin asomo alguno de frustración; antes al contrario, con ella se refuerza la generosa satisfacción de la nostalgia. Nuestras largas horas de diálogo y de diversión eran tiempos de cuestionamiento de ideas, de hechos; eran tiempos de búsqueda en nosotros mismos y en nuestro entorno.

A esta búsqueda dedicaría Pesach toda su vida. Bien pronto desafió la pura acumulación de conocimientos científicos, haciendo de sus estudios una experiencia exaltada en la que más que cualquier contenido le interesaba cómo pudo llegarse a él. Ese recabar histórico del conocimiento le llevó a otras especialidades, hasta tal punto que a menudo comentaba parcelas de mis estudios literarios con mucho rigor.










Relatos del asombro