Pero la materialización de las ideas avanzó mucho más rápido de lo previsto por Babbage. Durante el siglo XIX hubo una nueva oleada de descubrimientos, unos descubrimientos que afectaron a la manera de producir los bienes, de organizar las sociedades y hasta de pensar.

Si siglos antes se habían puesto en duda verdades establecidas en los cielos, ahora los hombres empezaron a dudar de algunas verdades venidas de la misma tierra. Por ejemplo, si reyes, feudales y nobles, hombres como los demás al fin y al cabo, habían de seguir siendo reyes, feudales y nobles para siempre, o si, en cambio, era más justo que la riqueza se repartiera entre más gentes. Esta alternativa era muy antigua, pero habían sido muy pocos los atrevidos a defenderla. Durante el siglo XIX abundaron los que tomaron la palabra, la pluma e incluso las armas para hacerlo.

Al calor de esas ideas, el cálculo y la ciencia se revelaron definitivamente como una ayuda para conocer la realidad del mundo y para transformarla. En ese tiempo proliferaron las universidades, los laboratorios de experimentación, las academias científicas... Floreció también la industria, es decir, la actividad de producción de bienes protagonizada por las máquinas, además de los hombres.
El hombre que calcula
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