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Las únicas fuentes de energía con las que había contado hasta entonces el hombre eran las manos, los brazos y las piernas, los animales de tiro y de carga, y elementos como el aire y el agua. Con el uso controlado del vapor, descubierto en aquella época, el hombre dispuso por fin de una fuente de energía que no obligaba al esfuerzo de seres vivos y que, en clara ventaja respecto las corrientes de aire y de agua, podía trasladarse al mismo punto en que se necesitaba.
Después del vapor, el gran descubrimiento en el campo de la energía fue la electricidad, un fenómeno natural conocido desde hacía siglos pero sólo controlado y dominado a finales del siglo XIX. Como fuente de energía, la electricidad es mucho más transportable que el vapor y, sobre todo, tiene un número de aplicaciones mucho mayor.
Una novedad de la época fue el uso de maquinaria para la confección de censos, de recuentos de población. El norteamericano Herman Hollerith construyó unas máquinas de calcular, impulsadas por electricidad, que hacían uso de tarjetas perforadas como las del telar de Jacquard. En estas máquinas, dotadas de memorias de órdenes, podían programarse los cálculos.
En un ambiente de industrias y actividades que transformaban la materia y la energía, la economía de las ciudades y los países fue creciendo; también lo hizo la necesidad de hacer cálculos cada vez más intrincados y copiosos. |