Pero la velocidad y la fiabilidad de las calculadoras, mecánicas y electromecánicas, tenían desde siempre un límite, un techo, el de la propia mecánica. Pese al progreso que conllevó la aplicación de la fuerza motriz eléctrica a la mecánica, las calculadoras eran máquinas lentas, ruidosas y algo torpes. La necesidad de calcular seguía enfrentada a las limitaciones de las máquinas de calcular.

El techo de la mecánica se rompería con la aparición de la válvula de vacío, una invención de las primeras décadas del siglo XX acunada en las ciencias de la electricidad. Con la válvula de vacío, los números y los cálculos pueden realizarse manejando flujos de electrones, mucho más livianos de manejar que piezas sólidas de metal. Y el límite de velocidad de los electrones y, por tanto, de los números y los cálculos es, al menos teóricamente, la velocidad de la luz.

Con la válvula de vacío comenzó la gran revolución de las máquinas de cálculo. Con el nacimiento de la electrónica, muchos mecanismos y muchos automatismos de las máquinas se vieron sustituidos por elementos de cálculo cómodos de usar y muy rápidos en su funcionamiento.
El hombre que calcula
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