Vino luego una gran guerra, la segunda guerra mundial. La electrónica era todavía una ciencia principiante, pero los contendientes de la batalla advirtieron en seguida sus posibilidades.

Los mensajes de los que guerrean son mensajes codificados, es decir, se hallan sometidos a una trasposición de sus letras de manera que resultan imposibles de entender cuando se desconoce la clave de dicha trasposición. Para descifrar un mensaje hay que tantear los códigos posibles de esta clave, lo que obliga a hacer un número enorme de cálculos, cálculos que por otro lado no pueden tardar demasiado ya que el enemigo cambia dicha clave periódicamente. Para esta tarea de espionaje, la electrónica iba a resultar utilísima.

Las primeras aplicaciones de la electrónica al cálculo fueron máquinas de descifrar códigos secretos de comunicación; se usaron sobre todo en Inglaterra, desde donde se interceptaban los mensajes del ejército alemán.

Alan Turing fue un matemático inglés que participó en el desarrollo de esas máquinas electrónicas de descifrar. Turing se distinguió también por su demostración teórica de que siempre es posible construir una máquina capaz de desempeñar un cálculo, por complicado que éste sea, y llevó esa posibilidad hasta el extremo teórico de una máquina capaz de realizar cálculos y razonamientos tan complejos como los que realiza la mente humana.
El hombre que calcula
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