Tras la segunda guerra mundial y con la tecnología de la válvula de vacío llegaron a fabricarse unas decenas de ordenadores. Todos ellos estuvieron dedicados al cálculo matemático masivo en centros de investigaciones científicas civiles y militares.

Pese a la importante mejora conseguida con las nuevas calculadoras respecto a las calculadoras puramente electromecánicas, la válvula de vacío tenía también sus defectos, como eran su fragilidad, el calor que despedía y su corta vida.

En 1948 se inventó el transistor, de funciones muy parecidas a la válvula de vacío pero con la ventaja de ser un dispositivo electrónico mucho más pequeño, resistente y económico.

La sustitución de las válvulas de vacío por transistores redujo considerablemente el tamaño de los ordenadores e hizo que su coste de compra y de mantenimiento disminuyera drásticamente. Las industrias de fabricación de ordenadores electrónicos comenzaron a abundar y a enriquecerse con la venta de sus productos. Sin embargo se trataba de ordenadores de un uso limitado; la tarea de programarlos, o sea de dictar las instrucciones de cálculo, resultaba todavía complicada y costosa.
El hombre que calcula
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