Si en 1945 un ordenador ocupaba un piso entero; veinte años después un ordenador de la misma potencia ocupaba una habitación de este piso. La capacidad y potencia de los ordenadores no cesó de aumentar, al tiempo que el coste de fabricarlos disminuía.

El progreso de los ordenadores permitió desarrollar unos lenguajes, fáciles de aprender, con ayuda de los cuales la tarea de programar se hizo mucho más sencilla. Es el propio ordenador quien se encarga -mediante un programa adecuado- de traducir las instrucciones redactadas en esos lenguajes a los correspondientes números-instrucciones, que son los que entiende el procesador.

Abaratada la electrónica y reducido el esfuerzo de programarlos, los ordenadores comenzaron a aplicarse en cálculos relacionados con actividades humanas que poco tenían que ver con la investigación científica o militar. A finales de los años sesenta los ordenadores abundaban en el interior de bancos, compañías de seguros, grandes industrias, instituciones públicas... Servían ya a todas las grandes organizaciones consumidoras de números y de cálculos.

Un escritor de ciencia ficción puso de moda la palabra "robot", entonces comenzó a hablarse de "cerebros electrónicos".
El hombre que calcula
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