Después de Grecia y de Roma, en Europa se vivió un largo tiempo en el que indagar e inventar se convirtieron en actividades inusuales y hasta arriesgadas. La filosofía y la ciencia, el poder del pensamiento y de la experimentación, quedaron arrinconadas durante casi diez siglos. Las respuestas a todas los preguntas estaban de antemano dictadas. En esta parte del mundo se dió la espalda a los descubrimientos, como si fueran temibles. Sobró la necesidad de investigar sobre los números y mucho más el capricho de inventar máquinas de calcular.

Pero recluido entre marginados, herejes o monásticos, o venido de otras tierras, el afán de conocimiento nunca se desvaneció completamente.

Uno de los pueblos que mantuvieron vivo ese afán fueron los árabes. Los matemáticos árabes fueron los autores de los primeros tratados de Algebra, otra de las ramas del cálculo donde, en lugar de números, se usan letras que toman valores numéricos variables. Como sistema de numeración adoptaron el sistema decimal y posicional, con cero incluído, que habían aprendido en sus periplos por la India.

Gracias a las obras de los matemáticos árabes, esta notación llegaría, en los albores del siglo XII, a una Europa que despertaba poco a poco de su letargo.


El hombre que calcula
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