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'The Truman Show' (Peter Weir, 1998)
El show de Truman

"El mundo que hay ahí fuera no es más real que el que he creado yo". Cristof en El Show de Truman.

El cine, desde sus comienzos, ha buscado representar tres tipos de perímetros: lo real, lo surreal y lo ficticio. En la década de los ochenta, se reafirma una rama de la cinematografía obsesionada por el retrato de una cultura post-moderna y visionaria que resulta inminente, una post-realidad que más allá de ser fantasiosa, es una conjetura sobre el futuro -aunque parezca paradójico, la línea que separa la ficción de la hipótesis creo que debe ser tenida en cuenta. Al margen de propuestas anteriores herederas de la ciencia ficción literaria, como 2001, Una odisea en el espacio o Fahrenheit 451, en esta época se acentúa el mito del creador creado, de los filmes que plasman una sociedad dominada por los medios y la tecnología. En este contexto aparecen películas como Blade Runner, Terminator, o, en los noventa y a principios de este siglo otros ya clásicos como Matrix, Gattaca o el Show de Truman, ambas del guionista Andrew Niccol. Las profecías que plantean estos filmes son, además de una base para la articulación de argumentos románticos y grandilocuentes, la plasmación de una cierta sicopatología hacia el progreso imperioso del fenómeno digital y de la tecnología informática y de las telecomunicaciones.

Muchas son las preguntas que sugieren consciente o inconscientemente este tipo de filmes. ¿El progreso es retroceso? ¿El hombre domina o es dominado? ¿La realidad es real? ¿Los instrumentos nos instrumentalizan? El Show de Truman, un filme de 1998 del director Peter Weir, nos plantea algunas de ellas con un argumento que, en esencia, muestra una sociedad dónde los medios, concretamente la televisión, han alcanzado sus cotas más altas de control sobre el ser humano. El guión pone en escena un programa de televisión con la idiosincrasia de un reality a gran escala que tiene como protagonista a Truman -nombre que juega con la ironía True Man- un joven de 29 años cuya vida ha sido televisada desde que nació. Un gran plató de televisión recrea una ciudad llamada Seaheaven en la que más de 5.000 cámaras controlan cada movimiento y emoción del personaje principal. Todas las personas que interaccionan con Truman son meros actores que consiguen, junto a la recreación maquiavélica y perfectamente diseñada de una ciudad, que la vida del protagonista sea como la de cualquiera de nosotros. El guionista del filme, Andrew Niccol, argumenta su cometido de un modo que nos deja aún más inquietos: "La pregunta que me hacen más a menudo es cómo se me ocurrió escribir El Show de Truman. Lo escribí porque sospecho que es real". Además de sorprendente y provocadora, su afirmación puede no ser tan descabellada. La respuesta, para algunos, está en el medio digital y en una sociedad que cada día adquiere más adjetivos: sociedad de la información, sociedad post-moderna, sociedad de la comunicación, etc.

Al margen de cualquier actitud entusiasta o catastrofista el hecho es que nos encontramos en un contexto de telepresencia constante. Nuestra imagen se reproduce en infinitos soportes sin que apenas nos demos cuenta; Las videoconferencias o las Webcams no están tan lejos de la hiperbólica cámara-botón de El Show de Truman. No podemos obviar, pues, que aquello que era un medio, la forma, ha acabado siendo un contenido, un mecanismo que modifica nuestro desarrollo como personas y que cambia en mayor o menor grado nuestra percepción sobre la realidad. Una realidad que cada vez parece menos definible, menos real.

La recreación de escenarios resulta habitual des de los inicios de la cinematografía, des de las primeras peripecias de Meliés o Segundo de Chomón hasta la generación de espacios digitalmente. ¿Pero qué ocurre cuando no es necesario recrear la realidad? No resulta anecdótico que el pueblo dónde se desarrolla el largometraje exista realmente; Seaheaven, el lugar ideal dónde se construye la farsa de Truman, es el nombre que sustituye a Seaside, una localidad de la costa de Florida, en los EE.UU. Su arquitectura y diseño urbanístico fueron creados a principios de los ochenta en base al corriente artístico del Nuevo Urbanismo. Todos los elementos que en la película nos parecen artificiosos, propios de una ciudad diseñada por ordenador, son reales. Aún así, también se añadieron efectos digitales para aumentar el nombre de edificios y convertir el pueblo en una isla. Además, cabe sumar el trabajo de la dirección de fotografía para crear una ambientación sintética, extremadamente luminosa y de texturas planas. De todos modos, no deja de parecer irónico que la ciudad donde se pone en escena tal virtuosismo mediático exista en la realidad.

El filme nos plantea el poder de la televisión como una amenaza que no solo nos invade a través de la pantalla de nuestro salón sino que tiene la posibilidad de dominar todo el espacio donde nacemos, crecemos, nos desarrollamos y morimos. El programa El Show de Truman es una clara alegoría de los videojuegos y del mito del Gran Hermano descrito en la novela de George Orwell, 1984: un gran ente omnipresente que conoce y controla las acciones del ser humano. La figura de Cristof, el director del programa, es la culminación de la máxima inspiración del ser humano del siglo XXI, que ya no nace con la predestinación de ser a "imagen y semejanza de Dios" (Génesis1:26) sino que quiere ser Dios. De este modo, si las sociedades son quienes han llegado a cierto nivel de evolución, ¿Cómo podemos entender la era digital como una amenaza ajena que no nos pertenece? Asistimos a un nuevo concepto de religión cuyo creador es también inmaterial y despierta tanto miedo como devoción en la sociedad. Muchos son los críticos que relacionan El Show de Truman con el mito platónico de la caverna; el plató de televisión sería un pequeño núcleo del mundo sensible en el que Truman solo conoce a partir de las apariencias, obviando el exterior de la cueva (más allá de las aguas de Seaheaven) donde se encuentra la esencia, los miles de espectadores que observan día a día el engaño de Truman. Todas las acciones están mediadas por el programa y en caso de error, se accionan los recursos necesarios -personajes que impiden el paso, agencias de viaje sin ofertas, tormentas- como si de un Deus ex machina contemporáneo se tratara.

Considerar el poder de los medios en términos de "bien" o "mal" resulta en exceso reduccionista. El filme apunta cuatro posturas básicas respecto el show televisivo que se pueden extrapolar a la multiplicidad de actitudes que tienen los distintos miembros de la sociedad ante el fenómeno mediático y digital. En primer lugar encontraríamos la figura de los escépticos y/o pesimistas representados por Silvia, un antiguo amor de Truman que es expulsada del programa por confesarle la farsa en la que vive. En otro nivel encontramos a los actores y extras del programa (la "madre" de Truman, su pareja, su mejor amigo) que se podrían considerar los positivistas o los conformistas que aceptan el contexto en el que se encuentran y son partícipes activamente de él. El tercer estadio es el de la víctima, Truman, quién se muestra indefenso y amenazado por las posibilidades del fenómeno descrito anteriormente. Se establece un curioso vínculo entre éste y la figura mártir de Cristo en el momento en el que el protagonista pasea por un mar ficticio, como Jesús lo haría sobre las aguas. Finalmente, Cristof encarna el papel de Dios, el creador, el que diseña un mundo aparentemente perfecto para que convivan (o, en este caso, conviva) una comunidad de seres humanos. La idea de un gran arquitecto abstracto que controla a la sociedad mediante un tejido de máquinas, artefactos, ordenadores y escenarios virtuales también aparece un año después en el filme Matrix; En ambas películas se produce el encuentro con el creador, el hallazgo de la verdad oculta; Concretamente, en El Show de Truman, el personaje descubre su propia identidad como ser televisivo -siendo la identidad una idea que también requeriría un amplio análisis fruto de la película- y pone fin así al momento clímax de la película con su característico "Buenos días... y por si no volvemos a vernos: buenos días, buenas tardes y buenas noches".

Más allá de la opinión de cada espectador y de las múltiples interpretaciones y puntos de vista des de los que se puede analizar el filme, cabe destacar la importancia del arte, en este caso, del cine, para plantear este tipo de profecías que nos incitan a observar el mundo que nos rodea con otros ojos. Quizás la clave esté en interpretar nuestro entorno desde una mirada contemporánea tal y como define Giorgio Agamben en ¿Qué es ser contemporáneo? (libro que recoge algunas de sus conferencias) para advertir y asimilar los cambios del propio tiempo y, en paralelo, tomar cierta distancia respecto a ellos para poder ser críticos y discernir aquello que nos es provechoso de aquello que no lo es.


Elisa Carnicer  (AVD'09)
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